En el PAN, los dados están cargados

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Es casi un hecho que el panismo poblano no será un partido de oposición en los próximos seis años. Se subirán a la tribuna del Congreso del estado de Puebla dirán dos que tres frases escandalosas, de vez en cuando, pero, así como se ve venir, no rosarán a Morena ni con el pétalo de un sarcasmo.

Primero porque su líder Marcos Castro es un empleado del empleado de El Yunque o, para ejemplificarlo mejor, es el secretario del secretario del secretario del secretario que trabaja, por cierto, en alguna Secretaría.

Segundo porque sólo son cinco legisladores blanquiazules y aunque no lo digan en público no son muy unidos: Marcos Castro y Celia Bonaga están con la línea; Rafael Micalco está en su propia ruta y Susana Riestra apoya a su hermano Mario, aunque está también en su propia ruta. La otra diputada desconocemos sus filias y sus fobias. Es más, la desconocemos totalmente.

Tercero, porque el jefe de Castro, Eduardo Rivera Pérez, será parte de la planilla que llevará a Jorge Romero Herrera a la dirigencia nacional y como todos bien sabemos, el exalcalde poblano nunca se ha confrontado con un gobernante en funciones.

La única vez que tuvo problemas fue con Rafael Moreno Valle y no fue porque lo desafiara, al contrario, al entonces mandatario estatal y a la Auditoría Superior del estado le pareció que sus cuentas públicas no cuadraban. Ya de ahí vino el tema de la “persecución” que culminó cuando fue candidato a la alcaldía poblana hace seis años.

Lo que sea de cada quien, a Lalo Rivera no le va mal: perdió, pero tiene a Adán Domínguez cuidándole la espalda en el municipio. Perdió, pero su esposa ya es diputada federal por la vía plurinominal. Perdió, pero ahora será parte del equipo de Jorge Romero quien seguramente ganará la presidencia del CEN albiazul.  

Es más, en el 2018, cuando perdió le fue mejor porque poco a poco su grupo recuperó su partido y el exgobernador Miguel Barbosa siempre lo vio como un aliado suyo; lo prefería a él que a su correligionaria Claudia Rivera.

Al llegar Rivera Pérez en la planilla de la próxima dirigencia nacional, a nivel local se pronostica (cada vez más) que será un alfil suyo quien se quede al frente de la dirección estatal.

Habrá que esperar a ver si es que su actual presidenta Augusta Valentina Díaz de Rivera ahora destapa a Adán Domínguez o a Francisco Mota o a otro que simpatice con el excandidato a gobernador.

Se tirará la línea para que se mantenga el control con el mismo grupo, con los mismos de siempre, adiós a los sueños de democracia interna, despídanse de la idea de una auditoría a la actual dirigencia, a llamarlos a cuentas para que expliquen por qué gastaron 10 millones de pesos para la construcción de un edificio nuevo y no lo usaron para beneficio de los comités municipales.  Adiós a la transparencia interna.

Los dados están cargados, como bien dice Leonard Cohen.

Va a pasar mucho tiempo para que a nivel local veamos una oposición fuerte y congruente. Tan es así que no sólo los derrotaron en las urnas, sino en los tribunales electorales.

No es que necesariamente sea malo, más bien, es que no hay que esperar mucho en el debate público por parte de ellos, es más, es mejor verlos como son actualmente: no van a ejercer su papel de contrapeso.

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