Emiliano Martínez Cabrera
Las redes sociales se han convertido en parte sustancial en la vida democrática, vemos con mayor frecuencia como el debate público se centra en la esfera de las principales redes sociales; Facebook, Instagram, Twitter, Youtube, Tiktok y Whatsapp cómo las aplicaciones referentes en el mundo occidental.
Su impacto es de tal magnitud que mandatarios como el presidente de México Andrés Manuel López Obrador han utilizado las plataformas como canales de articulación de potentes mensajes políticos a simpatizantes y como herramienta de confrontación y escrutinio político. También se han convertido en fuentes alternativas de información y espacios de opinión en el que la vida pública se nutre y adquiere un rasgo nunca antes visto, la creación de comunidades digitales.
Hasta este punto pareciera que son una herramienta útil, socializada y abierta. Sin embargo, las redes sociales también se prestan como todo un entramado de intereses particulares que pueden ir desde la infodemia hasta la utilización de los canales de comunicación para coordinar ataques terroristas, es decir, las redes sociales están jugando en un campo desconocido, en donde la falta de regulación ha generado una especie de anarquía generalizada. Con mayor frecuencia vemos ataques de odio entre grupos étnicos o raciales, posturas a favor o en contra de grupos políticos o religiosos, o bien, nos encontramos con un mercado negro de diferentes productos o servicios que incluso operan entre la legalidad e ilegalidad y todo esto concentrado y dirigido por algoritmos centralizados que establecen las reglas del juego y controlan un nuevo espacio de la vida pública.
Dicho lo anterior, ante la falta de regulación que podría significar la ausencia de Estado, lo que reina es el mercado, y sobre este punto centraré mi reflexión con base en un ejemplo:
El 30 de agosto el Juez Alexandre de Moraes de Brasil ordenó la suspensión a nivel nacional de la controvertida red “X” (antes twitter). La decisión se produjo bajo la negativa del director de la empresa Elon Musk, de nombrar a un representante legal en Brasil para atender los incumplimientos legales de las órdenes de moderación de contenidos, ya que incumplían con la legislación brasileña.
Ante la negativa, Musk decidió responder con sarcasmo haciendo memes y chistes sobre el Juez Moraes inundando de contenido “gracioso” la red social en dicho país. Esto llevó a la suspensión de la red social a nivel nacional. En opinión del magnate es un hecho atroz contra la libertad de expresión, la democracia y una arremetida dictatorial.
No es la primera vez que Elon Musk desde su plataforma “X” busca violar la ley o interferir en asuntos internos, en el reciente proceso electoral en Venezuela abiertamente llamo “dictador” a Nicolas Maduro, llamo a votar en contra del mandatario e incluso asevero un “gran fraude electoral”, otro impactante comentario del que se jacta Musk se produjo durante el golpe de Estado en Bolivia en el año 2020 comentando lo siguiente, “daremos un golpe de estado a quien queramos”. Es decir, vemos un patrón de comportamiento en el que la falta de respeto a países soberanos y la capacidad de formular acusaciones contra otras soberanías y representantes de gobiernos democráticamente electos se basa en la capacidad operativa que una plataforma como “X” y sus implicaciones en la opinión pública, sumado al financiamiento y respaldo político-económico de grandes capitales.
Sin lugar a duda estamos en un punto de inflexión, las decisiones públicas que tomemos sobre el futuro del manejo de las redes sociales definirán parte de nuestra forma de concebir la democracia, personajes como Elon Musk pueden ser anecdóticos o referentes, estamos en el timing perfecto. Por lo pronto, me queda decir que la alternativa que vislumbro es la intervención de una fuerte regulación a través de un profundo análisis, en el que la prioridad sea socializar las bases argumentativas de expertos en la materia.
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