Mario Martell
Los periodistas en ciudad Gótica se fraccionan entre los seguidores de Diógenes Laercio, los funambulistas de la doctrina Platónica y los devotos de Steve Bannon.
Diógenes, como se sabe, fue un filósofo distante de los emperadores y de su fastuosidad.
En la República, Platón decretó que los filósofos serían los mejores gobernantes porque ellos están más cerca de la verdad.
Por supuesto que la tesis platónica ha sido cuestionada por los fans liberales de Karl Popper. Y como buen historicista, estas versiones críticas, le adjudican impulsos autoritarios.
Bannon proyectó un universo de periodistas de la postverdad.
Lejos de los atributos del periodismo liberal del Boston Globe o de los grupos de investigación del Washington Post, Bannon se propuso, al estilo orwelliano, reescribir la historia.
La historia con minúsculas.
La historia de la que Fukuyama declaró su fin.
Bannon con su ejército de pasquines digitales, trolles y bots, enseñó el camino para reescribir los hechos o facts para presentar los “alternative facts” y facilitó el camino a la narrativa discursiva de los políticos de la derecha del mundo de la postverdad.
En el mundo de la postverdad, 2+2 no son igual a 4.
(A Bannon habría que sumarle una multitud de significantes.)
Y de hacer de cada simpatizante de Maga un prosumer de la Divina Comedia del país de la Barra y las Estrellas.
En Ciudad Gótica, cada vez que se lee un medio de comunicación, el lector se vuelve un consumidor de boletines, que son las Maruchan del consumismo mediático.
En Ciudad Gótica, los medios se miden por la velocidad e inmediatez con que se uniforman con el significante oficial.
¡Salve, oh, todopoderoso significante!
¡Salve, oh, la literatura kitsch de la narrativa periodística!
“¿Ya subiste lo que te mandé?”
En la república orwelliana de Ciudad Gótica, se espera que sus habitantes sean lectores de un paisaje uniforme.
La crónica, la entrevista, y el reportaje han muerto.
¿Para qué se necesita controlar a los medios cuando los medios responden al conductismo orwelliano?
En Ciudad Gótica, todo es de un realismo uniforme.
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La muerte del periodismo es un hecho consumado.
Ningún medio de comunicación periodístico puede competir contra los influencers, contra los ejércitos de bots y de trolles, con la anomia, que surge porque la que la búsqueda de la verdad no le interesa a nadie o les interesa a muy pocos.
Los medios de comunicación, más bien, los periódicos en la tradición liberal y en la tradición ilustrada surgieron como instrumentos de conversación política.
La opinión pública es una invención reciente de las sociedades democráticas o con aspiraciones democráticas.
En Ciudad Gótica, los medios de comunicación surgieron como instituciones que representaban los intereses de las corrientes políticas al interior del viejo PRI y luego del PAN neoliberal.
Los medios de comunicación periodístico surgieron para que expresiones, padrinazgos y políticos presionaran al gobernador en turno o para que estos grupos sirvieran a este circuito de la clase gobernante.
Una de las características de los gotiqueanos es que no les gusta estar informados. O más bien, consumen emociones y de vez en cuando, algunos gotiqueanos ahondan en la turbulencia mediática.
Sólo los sectores burocráticos, algún sector académico y los wannabes de la política, rastrean los significantes de la vida.
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En Ciudad Gótica, casos como el del avatar “Marilyn Cote” son ejercicios de la época de la postverdad.
Las selfies, la ilusión de las redes sociales, el clasismo local, y la industria privada de la salud mental se fusionan para crear avatares como el de la criminóloga construida en psiquiatra.
El prestigio, creado por los discursos cientifistas, los discursos de la neurociencia, y todo lo que suena a verdad científica, son la investidura de este avatar.
Nadie impugnaría a la doctora “Cout” si se hubiera hecho pasar por psicoanalista, lectora de cartas, practicante de la quiromancia o chamana.
Sus yerros profesionales están centrados en la utilización de cédulas médicas que no le pertenecían. Además de recetar medicamentos controlados sin contar con la legalidad médica.
(El riesgo en que colocó a sus pacientes es enorme)
Pero este es solamente un caso de la postverdad.
O más bien, es posible porque se vive una época de la postverdad.
¿Alguien exige que las predicciones de un astrólogo se cumplan?
¿Alguien exige que los pronósticos de las encuestas que dan por ganador a una candidata o a un aspirante a un puesto de elección popular se verifiquen?
¿Alguien exige que las tiendas de cadena OXXO tengan alimentos y no solamente vendan Maruchan y alimentos ricos en males nutricionales?
¿Alguien les exige a los políticos que cumplan sus promesas de campaña?
¿Alguien le exige a un medio de comunicación que cumpla con la metodología periodística básica?
¿Alguien le exige a Twitter o a X que distinga a los bots de los usuarios reales del ciberespacio?
¿Alguien le exige a un psicoanalista que les presente una fotografía del inconsciente?
¿Alguien les exige a los diputados que aprueben las leyes antes de conocer las iniciativas de ley, discutirlas, modificarlas y enriquecer su contenido?
El personaje (Cout) es la punta del iceberg de una sociedad que basa su credibilidad en la apariencia en las redes sociales y que fomenta el extranjerismo como modo de superioridad moral.
“¿En dónde estudiaste?”
“En Estados Unidos.”
En la sociedad de la postverdad la propaganda se ha digitalizado, la verdad se ha diluido, y las ideologías prevalecen.
En las sociedades de la postverdad la propaganda, por ejemplo, la fotografía con el político preferido o del poder se transforma en una “señal” política. La suma de estos significantes es lo que produce efectos de poder.
En la sociedad de la postverdad, los periodistas se transforman en propagandistas, los medios son propaganda y los políticos, en la mercancía de los deseos ciudadanos.
En la sociedad de la postverdad, reinan los algoritmos y pronto el chat gpt reemplazará la escritura modélica de los medios que no arriesgan ni en contenidos ni ofrecen variedad de géneros informativos.
Sólo habrá una nostalgia de los medios.
*Texto publicado en Hipócrita Lector