Lalo Rivera: el ocaso de un líder sin partido

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Eduardo Rivera Pérez lo perdió todo. No sólo fue la elección a la gubernatura en 2024; también perdió el control absoluto de su partido.

El pasado domingo 30 de marzo, durante la sesión del Consejo Estatal del PAN, quedó claro el desplome: de los 40 consejeros que en su momento respaldaron a su candidato, Felipe Velázquez Gutiérrez, hoy apenas le quedan 17 leales. Bueno, 20 si se cuenta a los tres que se abstuvieron al final… pero abstenerse, en política, es casi lo mismo que rendirse.

Así, Rivera y su grupo quedaron como el proverbial perro de las dos tortas: sin candidatura y sin partido. Incluso su asiento en el Comité Ejecutivo Nacional del PAN carece de peso. Es un cargo meramente decorativo en un partido que aún no se repone del batacazo electoral de 2024.

Los pocos aliados que le quedan en el Consejo fueron humillados y mayoriteados. En un intento desesperado, quisieron usar a Genoveva Huerta Villegas como munición política, reviviendo su pasado como dirigente estatal. Pero la estrategia se les cayó: su cuenta pública ya había sido aprobada hace tiempo. En otras palabras, les respondieron con un seco y demoledor: “Ese ya no es tema”.

Peor aún, guardaron silencio cuando surgieron detalles financieros poco claros relacionados con Augusta Valentina Díaz de Rivera, expresidenta del PAN poblano. Ya ni eso pudieron pelear.

Rivera está solo.

Su apuesta era minar la imagen del actual presidente estatal, Mario Riestra Piña, pero no le funcionó. Sus fieles han ido desapareciendo del mapa, invisibilizados por una nueva mayoría que no les tiene ni miedo ni respeto.

Ya nadie lo ve. Nadie lo escucha.

Y ahora que se aproxima la batalla por el Comité Municipal, el grupo que gobernó la Angelópolis —primero con Rivera y después con Adán Domínguez— intentará recuperar algo del poder perdido. Pero sin la capital en sus manos, están condenados a un nuevo y previsible fracaso. Su gallo: Francisco “Paco” Mota Quiroz, respaldado por una cada vez más silente Organización Nacional El Yunque. Un nombre que suena más a eco que a tambor de guerra.

¿Qué pasó con Eduardo Rivera?

En 2022 tenía apoyo. Medios, aliados, e incluso el cariño del entonces gobernador Miguel Barbosa Huerta, quien no dudaba en llamarlo “amigo” en público. En 2021, era el panista más fuerte de Puebla.

Hoy, sólo quedan ruinas.

Cometió varios errores. Primero, su tibieza. Nunca fue un líder de confrontación directa: siempre delegó el golpe, mandando a sus alfiles a ensuciarse las manos, como ocurrió en el reciente Consejo Estatal.

Segundo, la dirigencia de Augusta Díaz de Rivera y Marcos Castro, que dejó un historial de gastos innecesarios y una gestión errática, se convirtió en una carga. Ni hablar de las divisiones internas y los videos filtrados que dañaron la imagen del secretario general.

Y tercero, su eterna indecisión. Durante todo 2023 evitó pronunciarse con claridad sobre su candidatura a la gubernatura. Esa falta de definición fue letal: muchos panistas buscaron refugio en Morena o en sus partidos satélite.

Hoy, Rivera Pérez es un general sin ejército. Lo acompañan apenas 14 panistas trasnochados que gritan y manotean, pero que terminan siendo humillados —una y otra vez— por el grupo de Mario Riestra.

Y así, de haberlo tenido todo, a no tener ni siquiera con quién perder.

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