Entre él y yo había lo que muchos llaman una relación tormentosa, estábamos llenos de intensidad y se reflejaba en nuestros besos, peleas y forma de hacer el amor.
Sin importar que tanto podíamos llegar a pelear mi cuerpo volvía a sus manos y a su lugar.
Su nombre lo llevaba tatuado en mi piel, solo él era el dueño de todo mí estremecer.
Era un juego de pertenencia, celos y entrega y aunque las reglas me apuntaban a perder, tenerlo dentro era mi mayor placer.
No había necesidad de dar explicación, ni razón solo era dejarnos llevar por la pasión y revolcarnos en el colchón.
Entendía lo que necesitaba y en cada caricia me hacía gemir y pedirle que no se detuviera.
Mi parte favorita era cuando llevaba mis piernas arriba de sus hombros y mientras se adentraba a mí sus manos sujetaban mis pechos, haciendo que me derritiera completa.
Nunca supe si fue un suicido o mi reencarnación pero estando con él me sentía más viva que nunca.
Fuente: Efekto10